No sé ustedes

No sé a ustedes. Pero a mí me encanta competir. La competencia enaltece al que la practica por varios motivos, entre los cuales suelo colocar en los primeros puestos de mi lista personal la lucha de igual a igual contra uno mismo en la que nos obliga a ingresar.

Competir nos hace poner en juego todas las cosas que decimos ser, o en las que decimos confiar o creer. Ser parte de un equipo que semana a semana se bate contra colegas rivales nos posiciona frente a la obligación de demostrar que todo lo que se pregona con suma facilidad de la boca para afuera es en realidad un sentimiento genuino que inunda nuestro ser. Y esto es así, sin vueltas.

Siempre consideré que lo que hace tan notable, tan querible, tan entrañable y a la vez tan masiva a la práctica de deportes de conjunto es, al fin y al cabo, el sentirse parte de un todo que reconociendo las características particulares de cada uno de sus miembros conforma un grupo que se coloca por sobre todo y por sobre todos. En ese hecho -del que podemos ser concientes como no- se encierra lo que nos enamora del deporte grupal. Sabiéndolo o no, entonces, lo que nos encanta es ser parte de una asociación que se erige en uno de los máximos ejemplos que nos permiten asegurar que al hombre nada lo apasiona más que perseguir un mismo fin, incondicionalmente, de la mano de amigos o colegas.

Fácil es caer en erróneas maneras de entender todo este proceso. Y desde luego resulto mucho más sencillo destruir un grupo que tomarse el trabajo de armarlo. Armarlo requiere de paciencia, fortaleza y un espíritu inquebrantable. Y quizás ante todo solicita que nos despojemos de anhelos individuales o de egoístas formas de concebir la práctica del deporte de conjunto. Nadie llega muy lejos peleando contra todos sus compañeros. Nadie puede realmente formar parte de un equipo si defiende lo indefendible con el infantil argumento de "yo tengo razón". Nadie puede siquiera soñar con formar un grupo si jamás ha aprendido a colocar por sobre todas las cosas la armonía del conjunto por sobre "su razón".

Una premisa fundamental requiere notar que hay una forma socialista de comprender estas actividades grupales que da cuenta de la siguiente lógica: en un equipo, o ayudás al compañero o no ganarás nunca. Y con la poca, mucha o mediana experiencia que ya puedo tener a los 25 años entiendo que podemos ser amigos o colegas de personas que sean absolutamente contrarias a algunas formas de ver la vida, o que notemos que tenemos demasiado poco en común respecto al accionar cotidiano y mundado de tal o cual, y que sin embargo sí podamos disfrutar de la compañia y de estos personajes en cada uno de los minutos que dura un enfrentamiento deportivo. Lo que complica notablemente la situación es cuando lo que no se comprende es aquella premisa fundamental. La energía que se usa para desacreditar a un compañero u ofuscarse y desentenderse del juego (como si esto fuese aceptable en un deporte de conjunto) es la misma que podemos usar para arengar, apoyar y enmendar el error ajeno. Todo depende de cuál sea la opción que tomemos. Es una cuestión de actitud y de espíritu. Y como siempre una delgada línea nos separa de la grandeza o de las peor de las bajezas.

Venimos de una derrota en la que no duelen tanto ni el tanteador abultado o la forma en que se terminó dando el partido. El fútbol es así, y cuando uno gana hay otro que pierde. Y si encima el rival es mejor en todos los aspectos, es de caballeros aplaudir al vencedor y reconocer su superioridad. Esa es una de las obligaciones que nos demanda nuestra grandeza.

De la misma forma estamos decididamente obligados a ser dignos integrantes de este conjunto. Y no se trata de creer que ésta es una forma muy "seria" de considerar la cuestión (aquella patraña de que "sólamente es un equipo de fútbol amateur", y demás yerbas). Se trata, sí, de comprender que este es nuestro hecho real, nuestro ejemplo más acabado de aquél momento en el que tenemos sí o sí que dejar de lado nuestras tonterías personales para ayudar definitivamente a la conformación final de un grupo. Es la prueba decisiva. Tiene mucho sentido pensar que si incluso somos incapaces de ser solidarios con amigos o buenos conocidos en un "simple equipo amateur", también seamos incapaces de mostrar esta virtud en todos los órdenes de nuestra vida. Aquello de que "el fútbol es como la vida" es mucho más que sólo una frase hecha.

Sepámoslo.

Hagamos decidida y definitivamente algo al respecto. Seamos, cada uno desde su puesto, desde su particularidad, desde sus capacidades y sus limitaciones, el ejemplo vivo de lo que queremos que sea el conjunto. Aspiremos a ser, cada uno por su parte, el cambio que pretendemos. Lo que buscamos que el otro sea, seámoslo primero nosotros. Es la única forma de sumar honestamente.

Todo lo que antecede es también parte de las tantas obligaciones que nos demanda nuestra grandeza. Y si por caso nos reconocemos incapaces de ser dignos portadores de esa grandeza, será tiempo de ser concientes de que simplemente no reunimos los atributos para formar parte del conjunto.

Sepámoslo.

Escrito de Santi Grandi.

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